Nick Clegg

Nick Clegg

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Madrid, Hotel Ritz (Plaza de la Lealtad, 5) 9:00 horas

Desayuno informativo del Fórum Europa, organizado por Nueva Economía Fórum, con el patrocinio de Asisa, BT y Red Eléctrica de España. Plazas Limitadas.

Nick Clegg

Viceprimer Ministro del Reino Unido
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El tercero de cuatro hermanos, sus ascendientes son multinacionales, tal que sólo posee sangre inglesa en una cuarta parte, a la vez que patricios: su padre, el banquero Nicholas Clegg, es hijo de la baronesa rusa Kira von Engelhardt, exiliada cuando la Revolución de 1917 y perteneciente a una prominente familia de aristócratas zaristas, mientras que su madre, la pedagoga Eulalie Hermance van den Wall Bake, es una holandesa hija de potentado empresarial y nacida en la Indonesia colonial que durante la Segunda Guerra Mundial, siendo niña, sufrió cautiverio en un campo de internamiento japonés en Yakarta. Estos antecedentes familiares, unidos a sus igualmente cosmopolitas experiencias profesionales y privadas, han hecho del político británico un políglota que domina los idiomas holandés, francés, alemán y español.

Clegg se educó en los centros privados Caldicott School de Farnham Royal, en su Buckinghamshire natal, y la Westminster School de Londres. Tras un corto paréntesis académico en Austria y Finlandia, desempeñando trabajos tan dispares como monitor de esquí y auxiliar de banca, ingresó en el Robinson College de la Universidad de Cambridge, donde se tituló en Arqueología y Antropología. Luego recibió una beca para cursar un posgrado en la Universidad de Minnesota, donde elaboró una tesis sobre la filosofía política de la Ecología profunda. Clegg aprovechó su etapa formativa en Estados Unidos para hacer unas prácticas periodísticas en el semanario neoyorquino The Nation, poniéndose al servicio de uno de sus articulistas más afamados, el intelectual de izquierdas Christopher Hitchens.

A su regreso a Europa, el veinteañero hizo una parada de seis meses en Bruselas con el fin de ejercer en la llamada Unidad de Coordinación del G24, puesta en marcha por la Comisión Europea para facilitar la ayuda de los países de la OCDE a las transiciones económicas de las nuevas democracias de Europa central y oriental. A continuación, Clegg pasó al Colegio de Europa de Brujas; allí realizó su segunda licenciatura y conoció a su futura esposa, la española (nativa de Olmedo, provincia de Valladolid) Miriam González Durántez, una licenciada en Derecho mercantil que iba a emprender una carrera jurídica como asesora comercial y sobre cuestiones de Oriente Próximo para la Unión Europea y el Gobierno británico, y luego como abogada privada en la firma internacional DLA Piper.

Medios de su país han informado que entre 1992 y 1993 Clegg figuró en la plantilla de GJW, una firma de consultoría protagonista de algunas polémicas por sus servicios de asesoría política a gobiernos y lobbies, circunstancia que explicaría la omisión de este pasaje profesional en el currículum oficial del político. En el segundo de los años citados, Clegg fue galardonado con una beca profesional por el periódico Financial Times, que le destinó como corresponsal a Hungría.

Sus reportajes de prensa sobre las campañas de privatización acometidas en los países del antiguo bloque comunista más su experiencia en la Unidad de Coordinación del G24 permitieron a Clegg aspirar a un puesto permanente de funcionario en la Comisión Europea, que le reclutó con una recomendación del eminente político conservador Lord Carrington, quien fuera secretario de Exteriores con Margaret Thatcher y luego secretario general de la OTAN. Así, desde 1994, el británico, subordinado directamente al vicepresidente de la Comisión y comisario de Política Comercial y de Relaciones Exteriores, su compatriota Leon Brittan, fue uno de los ejecutores del programa TACIS, para la ayuda técnica a los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), y figuró en el equipo comunitario que negoció con los gobiernos interesados los ingresos de Rusia y China en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Hombre de confianza de Brittan, al que le facilitaba información de análisis y escribía los discursos, Clegg declinó su oferta de fichar por su partido, el Conservador, que hasta 1997, cuando la llegada al poder del nuevo laborismo de Tony Blair, gozó de la mayoría legislativa y gobernó en Londres.

Sin embargo, el eurócrata de Bruselas no era insensible a los cantos de sirena de la política profesional. En 1998 Clegg, mientras daba clases en la Universidad de Sheffield, dio el paso en aquella dirección y su compromiso fue con los Liberales Demócratas, el partido centrista, social liberal, inamovible tercera fuerza del Parlamento de Westminster y que tenía su origen en la fusión el 3 de marzo de 1988 del viejo Partido Liberal (LP) del histórico primer ministro David Lloyd George y el Partido Social Demócrata (SDP), fundado seis años atrás por un grupo de disidentes del Partido Laborista. El último presidente del LP, David Steel, había liderado a los Lib Dems (al principio denominados también sociales) junto con el ex socialdemócrata Robert Maclennan por unos meses, hasta la elección en julio de 1988 de un presidente único en la persona de Paddy Ashdown, comandante retirado de los Royal Marines y exponente del ala izquierda del ahora extinto LP.

Colocado bajo el patrocinio de Ashdown, por el que sentía una profunda admiración, el joven Clegg fue incluido en la lista del partido para las elecciones al Parlamento Europeo como candidato por la nueva circunscripción de East Midlands. El 10 de junio de 1999 su postulación fue una de las diez liberaldemócratas que ganó el escaño en el hemiciclo de Bruselas, donde se integró en el grupo del Partido Europeo, Liberal, Democrático y Reformista (ELDR), el cual le eligió su portavoz para asuntos industriales y comerciales. En su legislatura completa de cinco años, Clegg se distinguió como un defensor de la transparencia contable de la eurocámara, de la liberalización y sostenibilidad del sector energético –en lo que se aproximó a los verdes- y de una mayor implicación de la UE en las negociaciones de desarme arancelario en el marco de la OMC.

Regresando al ámbito privado, en 2000 Clegg contrajo matrimonio con su novia española, Miriam, quien cuatro años atrás había perdido a su padre, víctima de un accidente de tráfico a los 58 años de edad. Se trataba del político conservador José Antonio González Caviedes, miembro del Partido Popular (PP), en cuyas filas venía sirviendo como alcalde de Olmedo y senador por Valladolid. González, conforme a la costumbre en su país natal, conservó el apellido de soltera y además convenció a su marido de poner nombres españoles a los hijos que tuvieran, como compensación por el apellido anglosajón que iban a portar. La pareja estableció su hogar en la parte sur de Londres y allí crió a sus tres vástagos, Antonio, Alberto y Miguel, el benjamín, nacido en 2009. Sus padres decidieron educarlos bilingües y, de paso, católicos, la fe de la madre. En este aspecto, nada tuvo tampoco que objetar el padre, no obstante ser un ateo confeso.

En paralelo a su actividad parlamentaria en Bruselas y Estrasburgo, donde hizo notar, con acentos críticos, el "poder legislativo" pero la "debilidad política" de los eurodiputados, Clegg mostró un creciente interés en la política doméstica británica. Escribió manifiestos partidarios de corte modernizador y reformista, impartió seminarios en Cambridge y publicó una columna quincenal en el Guardian Unlimited, la versión web del diario The Guardian. Su mensaje recurrente, típico en el repertorio liberaldemócrata, era la necesidad de tomar medidas para romper las barreras clasistas, las conductas endogámicas o las trabas burocráticas que impedían a los ciudadanos desarrollar todo su "extraordinario potencial" como personas y realizarse profesionalmente.

En 2003 rechazó, por considerarla ilegal e injustificada, la invasión anglo-estadounidense de Irak, postura que en los años siguientes iba a singularizar a los Liberales Demócratas en la tríada de partidos de implantación nacional en Westminster. En enero de aquel año, en pleno fragor del desencuentro de la Administración Bush y sus aliados europeos, encabezados por Blair, con el bloque franco-alemán por la inminente guerra de Irak y los forcejeos en el Consejo de Seguridad de la ONU, Clegg, en un artículo para The Independent, instó al Reino Unido a "elegir entre Europa y América", toda vez que "el atlantismo británico siempre habrá de encaminarse hacia un verdadero compromiso con Europa" y que "la pertenencia a la UE requiere ahora un grado de compromiso político que hace imposible las medias tintas".

Impulsado por el propósito de difundir en casa las ventajas de la pertenencia a la UE y de frenar los sentimientos de "eurofobia" que observaba en el Partido Conservador, tras despedirse del Parlamento Europeo, en julio de 2004, Clegg contrató como lobbista a tiempo parcial con la gestora de intereses europeos Gplus, que tenía entre sus clientes al Royal Bank of Scotland, entonces muy interesado en influir en las directivas europeas sobre la banca. Simultáneamente, se puso a dar clases de Ciencia Política en la Universidad de Sheffield.

En noviembre de 2004 Clegg dio el paso decisivo en su aún verde carrera política al obtener la candidatura a los Comunes por Sheffield Hallam, circunscripción del condado de South Yorkshire que cubría el sudoeste de Sheffield y que hasta 1997, cuando se llevó el escaño el liberaldemócrata Richard Allan (compañero que no se presentaba a la reelección y al que Clegg tomaba el relevo), había sido un bastión de los tories. En las elecciones generales del 5 de mayo de 2005 los Liberales Demócratas se beneficiaron, aunque en menor medida que el Partido Conservador (pese a ganar proporcionalmente más votos que él, saltando del 18,3% al 22,1%), del desgaste sufrido por los laboristas en la última campaña liderada por Blair. Clegg y otros 61 conmilitones conservaron o conquistaron el escaño, lo que representó una ganancia de 11 actas con respecto a las elecciones de 2001.

En su debut en Westminster, Clegg fue seleccionado por el líder del partido desde agosto de 1999, Charles Kennedy, para sentarse en el front bench liberaldemócrata como portavoz de Asuntos Europeos y principal divulgador de la postura oficial del partido favorable a la ratificación del Tratado de la Constitución europea en un referéndum nacional que Blair sopesaba convocar y que finalmente, de resultas del doble no en los referendos francés y holandés –que provocó el colapso del proceso constituyente europeo-, quedó en suspenso.

Sus cualidades comunicativas, fundadas a partes iguales en una potente oratoria y en una innata capacidad para conectar con la gente y despertar simpatías, convirtieron a Clegg, prácticamente en un abrir y cerrar de ojos, en un responsable del partido con madera de líder, aunque por el momento seguía siendo un desconocido para el gran público. Cuando en enero de 2006 Kennedy, luego de reconocer públicamente que había recibido tratamiento para curar su alcoholismo, se vio obligado a renunciar al cargo por las fuertes presiones de sus colegas de bancada, Clegg, quien tomó parte en el motín del grupo parlamentario, fue incluido en las quinielas de posibles sucesores. Sin embargo, el frontbencher se descartó rápidamente para ese envite y manifestó su respaldo a sir Menzies Campbell, el sexagenario vicelíder del partido y portavoz parlamentario de Asuntos Exteriores.

Victorioso en la elección interna del 2 de marzo de 2006, Campbell gratificó a Clegg nombrándole portavoz del Interior, función descollante desde la que criticó las restricciones y controles que la nueva legislación antiterrorista introducida por el Gobierno imponía a la libertad y la intimidad de las personas. Entre tanto, la continuación de los problemas en el liderazgo del partido terminó por encumbrar a Clegg, en un proceso que duró menos de dos años. El 15 de octubre de 2007 Campbell, consciente de que su provecta edad era un obstáculo para los objetivos proselitistas de su formación, optó por renunciar.

El número dos del partido, Vince Cable, un pugnaz y sarcástico detractor del sucesor de Blair, el ex canciller del Exchequer Gordon Brown, asumió el liderazgo en funciones. Animado por sus buenos niveles de popularidad, Cable amagó con batallar por la titularidad del puesto, pero finalmente se conformó con la dirección interina. Su handicap: que, a los 64, sólo era dos años más joven que Campbell y difícilmente podía encarnar el cambio generacional que reclamaban las bases, las cuales no perdían de vista el empuje y la frescura del nuevo líder de los conservadores, David Cameron (41 años), ni olvidaban la triunfal llegada al poder de Blair en 1997 (con 43 años).

El 19 de octubre, Clegg, haciendo realidad unas especulaciones que él mismo venía alimentando desde días antes de la dimisión de Campbell y gozando del respaldo del ex líder Ashdown, anunció su aspiración al liderazgo de los Liberales Demócratas y entabló competición con un único rival, Chris Huhne, el frontbencher para el Medioambiente, quien ya había contendido contra Campbell cuando la marcha de Kennedy en 2006. Las votaciones efectuadas por los militantes del partido comenzaron el 21 de noviembre y los resultados finales fueron anunciados el 18 de diciembre, proclamando a Clegg vencedor por el estrechísimo margen del 1,2%, en términos absolutos, 511 papeletas sobre un total de 41.465.

En su discurso de aceptación del puesto que le convertía, a sus 40 años, en el más joven líder partidista del Reino Unido (Cameron era tres meses mayor), Clegg prometió un liderazgo cuajado de "ambición renovada", decidido a "cambiar la política y cambiar Gran Bretaña", y a "definir una alternativa liberal a las políticas desacreditadas del Gran Gobierno". En el nuevo front bench de los Comunes, Clegg mantuvo al vicelíder Cable como portavoz del Tesoro y entregó a Huhne la portavocía del Interior, conformando con ellos un triunvirato de facto.

En los dos años siguientes, mientras Cameron y los conservadores se consolidaban como los campeones de los sondeos a costa de la erosión de los laboristas y el apagamiento de Brown, Clegg luchó por abrir una cuña en el dominio de los "dos viejos partidos del establishment político". Su sueño, convertir a los Liberales Demócratas en una verdadera alternativa de gobierno, con un programa y un estilo específicos distinguibles por el electorado, capaz de ganar por derecho propio un espacio preeminente en un sistema que, de realizarse esta ambiciosa meta, pasaría a ser tripartidista. En este sentido, Clegg encarnaba la ilusión por el cambio progresista que en la década de los ochenta había guiado la creación del polo LP-SDP bajo los liderazgos de David Steel, Paddy Ashdown, Roy Jenkins, David Owen y Robert Maclennan.

La empresa era, sin embargo, extremadamente complicada, de entrada porque el modelo electoral británico, estrictamente mayoritario, basado en circunscripciones uninominales donde los candidatos compiten individualmente y se llevan el escaño con una mayoría simple de votos ahorrándose la segunda vuelta, penalizaba severamente a los Liberales Demócratas.

El partido tenía aquí experiencias muy frustrantes. Así, en 1983, la Alianza SDP-Liberal, con el 25,4%, sacó solamente dos puntos de voto menos que los laboristas, pero en el reparto de escaños le correspondieron 23 puestos mientras que a los segundos les tocaron 209. Aunque en las siguientes generales el desequilibrio entre votos y escaños no fue tan escandaloso, la sensación de injusticia electoral siguió siendo lo suficientemente fuerte (el partido tenía que hacer en las urnas un esfuerzo infinitamente superior al de conservadores y laboristas para conseguir la misma cuota parlamentaria) como para mantener alzada la bandera de una reforma política que introdujera en el sistema de Westminster la proporcionalidad electoral.

Por de pronto, bastante tenía Clegg, nombrado miembro del Consejo Privado de la reina en enero de 2008, con lograr que los medios hablaran de él y su partido. En marzo de 2008 aseguró a la revista para hombres GQ que había tenido relaciones "con no más de 30 mujeres" y que esperaba "no serle infiel" a Miriam, quien era "el amor de su vida". La impresión general fue que al líder liberal, a fuerza de querer parecer natural y espontáneo, se le había ido la mano en la entrevista.

Quizá la batalla de la imagen resultaba decisiva, máxime porque no quería que le tomaran por un "clon de Cameron" (a Cameron, a su vez, le estaban llamando el "clon de Blair"), pero Clegg no descuidó el contenido. Al principio, concentró sus críticas en Brown, al que acusó de gobernar sin sensibilidad social mientras la recesión se abatía sobre el país, y de gastar lo que no podía y donde no debía. También, le instó a que arrimara el hombro en un esfuerzo de coordinación europeo y mundial para evitar que el terremoto de la iliquidez bancaria desembocara en un "11 de septiembre económico".

La receta de los Liberales Demócratas para estimular el consumo y reactivar la economía sonaba a clásica, aunque ellos la presentaron como una muestra genuina de preocupación social: una reducción del 4% del tipo básico del impuesto sobre la renta, a fin de "dejar más dinero en el bolsillo de la gente". En abril de 2009, sin embargo, Clegg abandonó esa propuesta y lanzó un plan de alivio fiscal alternativo consistente en elevar de las 6.500 a las 10.000 libras el mínimo exento de tributación. La caída de ingresos en este capítulo tributario se compensaría con mayores gravámenes a los fondos de pensiones y los beneficios de capital.

En septiembre, Clegg advirtió que el próximo gobierno podría no tener más remedio que realizar "recortes salvajes" en el gasto público para poner coto al desorbitado déficit del Estado, que se acercaba al 12% del PIB. La austeridad, inevitablemente, alcanzaría al Sistema Nacional de Salud (NHS), pero un gobierno liberaldemócrata se limitaría a ahorrar costes burocráticos y dejaría intactos los "servicios de primera línea". Por otro lado, el problema de las listas de espera podría moderarse permitiendo a los afiliados acudir a la sanidad privada.

En seguridad y defensa, Clegg dibujó un escenario de retirada de las tropas de Afganistán a menos que la guerra antitalibán no tomara un vericueto más favorable para los aliados a corto plazo y fue bastante rotundo en la necesidad de achicar el presupuesto militar, con profundos tijeretazos en el programa de fuerza aérea Eurofighter Typhoon y el abandono del aún más caro programa Trident de defensa submarina nuclear estratégica. En política interior, propuso regularizar a aquellos inmigrantes indocumentados no comunitarios que llevaran al menos una década asentados en el país, hablaran correctamente el inglés y no tuvieran antecedentes penales graves. El discurso conservacionista del medio ambiente se mantenía, con la apuesta por las energías renovables y por unos objetivos de reducción de emisiones de efecto invernadero más ambiciosos. Y, por supuesto, estaba la reclamación de la reforma política, cuyos platos fuertes eran el cambio del sistema electoral y la instauración de las legislaturas con caducidad prefijada, no sujeta al criterio del Gobierno.

A finales de mayo de 2009, en el momento más bajo de Brown, un sondeo del Sunday Telegraph puso a los Liberales Demócratas segundos por delante de los laboristas y a 15 puntos de los conservadores. Era la primera vez que se producía este particular sorpasso, bien que virtual y fugaz, en la mitad izquierda del espectro desde la fusión del LP y el SDP hacía más de veinte años. En septiembre de 2009, en la conferencia anual del partido en Bournemouth, Clegg galvanizó a sus huestes presentándose como un aspirante al puesto de primer ministro tan legítimo como Brown o Cameron. En un alarde de confianza, el líder liberaldemócrata ni siquiera contempló una asociación supeditada a los conservadores en un hipotético gobierno de coalición: el quería y podía gobernar el país por méritos exclusivos. Y su ambición tenía sentido porque quería "vivir en un país donde los prejuicios, la insularidad y el miedo sean doblegados por las grandes tradiciones británicas de la tolerancia, el pluralismo y la justicia".

A partir de aquí, el líder tory reemplazó al primer ministro laborista como la principal diana de Clegg, que rechazó como presuntuosa la propuesta del primero de unir fuerzas en un "movimiento nacional" liberal-conservador toda vez que lo que separaba a los dos partidos, opinaba Cameron, era "meramente la hoja de un papel". Clegg negó esa semejanza, enfatizó que los conservadores eran totalmente diferentes a ellos (ciertamente, muchos aspectos del programa liberaldemócrata, como la cancelación del programa Trident, el posibilismo en inmigración, la opinión favorable del Tratado de Lisboa y la proporcionalidad electoral eran anatema para los tories) y reclamó para los Lib Dems la condición de "fuerza dominante del progresismo" británico.

En realidad, a Clegg le debía incomodar la reformulación doctrinal acometida por Cameron en su partido, para el que preconizaba un "conservadurismo moderno y compasivo" sustancialmente diferente del férreo derechismo heredado de la era Thatcher, lo que de alguna manera convertía a los tories en rivales directos de los liberaldemócratas por la captación del impreciso voto centrista. Si con Cameron los conservadores se habían desplazado algo hacia el centro, con Clegg, visto como más conservador que sus predecesores en lo económico, los Liberales Demócratas se habían desasido de ciertas connotaciones izquierdistas y se habían recentrado en un pretendido equilibrio social-liberal.

En el escándalo abierto a raíz de conocerse los excesos económicos de muchos diputados, de todos los partidos, que habían cargado a la caja del Parlamento una serie de gastos teóricamente profesionales pero que en muchas ocasiones eran puramente personales, Clegg reclamó la dimisión –que obtuvo- del speaker de los Comunes, Michael Martin, e hizo una vibrante defensa de la reforma del reglamento de Westminster para impedir nuevos abusos en el futuro, revisión que encuadró en la gran reforma que precisaba el conjunto del sistema político para hacerlo más justo, transparente y, en suma, más democrático. Incluso sugirió que los parlamentarios se quedaran sin las vacaciones de verano de 2009, hasta que se resolviera la "crisis constitucional" que su avaricia había provocado.

Claro que su profesión de ardor transformador, que pretendía conectar con la ira ciudadana, no le ahorró a Clegg tener que dar cuentas de sus propios gastos endosados a la Cámara. Así, el líder liberal, como Brown y Cameron, se resignó a pagar de su bolsillo algunas viejas facturas para disipar cualquier sombra de sospecha. En su caso, devolvió una cantidad pequeña, 910 libras, por unos gastos de jardinería consignados en su casa de Sheffield Hallam.

Nada de lo dicho y hecho desde su elección al frente de los Liberales Demócratas había proporcionado el ansiado estrellato político a Clegg, que no resultaba muy visible al común de sus paisanos y que fuera del Reino Unido era un virtual desconocido. El estandarte del cambio frente a un laborismo y, particularmente, un Brown profundamente desgastados, mermados de ideas y sin capacidad para ilusionar, no lo enarbolaba él, sino el mucho más ubicuo Cameron. Así estaban las cosas faltando menos de un mes para las elecciones generales del 6 de mayo de 2010.

Pero este estatus postergado cambió de golpe en el primer debate televisado de la campaña entre los tres aspirantes a primer ministro, celebrado el 15 de abril y dedicado a confrontar los programas en política interior, sanidad y educación. Frente a un Cameron nervioso y un Brown a remolque de los otros dos, Clegg causó sensación por su desenvoltura, que le permitió hacer una especie de presentación de sí mismo, a lo grande y muy convincente. Para pasmo general, Clegg ganó el primer debate y lo hizo de largo, según indicaron todos los sondeos periodísticos.

Automáticamente, la intención de voto de los Liberales Demócratas se disparó a las nubes: desbancaron a los laboristas e incluso, con cuotas del 32% al 34%, se convirtieron en la opción preferida de los encuestados de acuerdo con algunos muestreos demoscópicos, algo inimaginable hasta la jornada fausta del 15 de abril. Aunque la euforia se apoderó de las filas liberales, estaba por ver si la formación opositora lograría mantener tan sobresalientes expectativas en los próximos días y, lo único que contaba al final, si sería capaz de traducir en votos el súbito auge de popularidad de su líder, quien fue el primero en llamar a mantener la cabeza fría. El rendimiento electoral de los Lib Dems era una incógnita, pero una cosa si parecía clara: que el Partido Conservador, perdida desde hacía meses su abrumadora ventaja sobre los laboristas, podía olvidarse de ganar las elecciones con mayoría absoluta. El factor Clegg puso patas arriba la campaña electoral y cubrió de incertidumbre el veredicto de las urnas.

Comparado arriesgadamente ya con Barack Obama, Clegg trastocaba tanto que las principales cabeceras de la prensa conservadora le lanzaron una desmedida campaña de desprestigio y descalificaciones. La virulencia de los tabloides sensacionalistas llegó al punto de mofarse de "las Naciones Unidas de Clegg" y preguntarse cuánto de británico había en el político por los orígenes extranjeros de sus familiares y su historial en la UE, y de ponerle de antipatriota y filonazi por haber comparado en un artículo en 2002 las pulsiones del chovinismo británico y la penitencia moral de la Alemania de posguerra. Con todo, The Guardian, The Observer e, implícitamente, The Independent apostaron por el liberaldemócrata.

En el segundo debate, disputado el 22 de abril y centrado en los asuntos internacionales, Clegg mantuvo el buen nivel y acabó bastante igualado con sus dos adversarios. Al día siguiente, el líder liberal habló de endurecer los controles fronterizos con los socios de la UE, de posponer para mejores tiempos la entrada en la eurozona y de librar de "servilismo" la relación especial con Estados Unidos.

A continuación, abrió las puertas a los dos escenarios posibles de gobierno bipartito al manifestar que Brown no continuaría como primer ministro si su partido quedara tercero en porcentaje de voto al margen de su número de escaños y que la fuerza que sacara más votos y más escaños debería intentar formar gobierno primero, aunque no gozara de la mayoría absoluta; con el primer comentario, Clegg insinuaba una coalición laborista-liberal pero con una severa condición previa, y con el segundo, apuntaba a la más plausible coalición conservadora-liberal. Sin embargo, Cameron también tendría que hacer concesiones si acudía a los Liberales Demócratas, quienes le exigirían la asunción de sus planteamientos en fiscalidad, educación, reforma económica y reforma institucional.

En el tercer y último debate, el 29 de abril y dedicado al candente capítulo de la economía y las finanzas, Cameron recobró el brío y se impuso claramente a Clegg quien, atacado por el líder tory, tuvo dificultades para demostrar la consistencia de sus propuestas en inmigración. Alborozados o decepcionados, los creadores de opinión señalaron que Clegg había pinchado y la hornada postrera de sondeos se hizo eco de un ligero retroceso de la intención de voto de su partido, por debajo del 30%, mano a mano con los laboristas. En la recta final, Clegg se mostró dispuesto a entablar negociaciones poselectorales con los conservadores sin condiciones de partida, cambio de estrategia que sembró el desconcierto en su partido.

El 6 de mayo de 2010 los Liberales Demócratas cosecharon unos resultados decididamente mediocres, si no malos, considerando las expectativas generadas. Con Clegg, el partido creció hasta el 23%, sólo un punto de voto más que con Kennedy en 2005, pero, paradojas del sistema electoral que tanto le traía de cabeza, retrocedió dolorosamente de los 63 a los 57 escaños. Por méritos propios, los Lib Dems no habían conseguido forzar el tripartidismo en el Reino Unido.

Sin embargo, los conservadores, con el 36,1% de los votos y 305 escaños, fueron incapaces de imponerse a los laboristas, segundos con el 29% y 258, por mayoría absoluta. Se llegó, por tanto, al hung Parliament, tan temido por los partidos mayoritarios como infrecuente en Westminster (el anterior Parlamento colgado se remontaba a 1974), que convertía a la tercera fuerza en el árbitro de la situación; si ésta se ponía intransigente con los primeros y los segundos, no habría más remedio que convocar nuevos comicios. Después de todo, Clegg, reelegido en Sheffield Hallam con el 53,4% de los votos (dos puntos más que en 2005), sí se encontró en situación de acabar con la alternancia partidista en régimen de duopolio y de decidir el nuevo curso político en las islas, aunque estaba por ver con qué frutos para su opción. Además, las elecciones habían pregonando al mundo entero la falta de equidad del sistema electoral británico.

Tras reconocer que los resultados de su partido habían sido "decepcionantes", Clegg se dejó cortejar por Brown y, sobre todo, por Cameron. Recordó su aseveración de que el primer partido en votos y en escaños adquiría el derecho prioritario, pero de entrada no se quiso comprometer con los conservadores en el sentido de si se sentaría con ellos como socios en el Gabinete o si apoyaría un gobierno de minoría monocolor desde el Parlamento. Clegg aceptó abrir una mesa de negociación paralela con los laboristas, que se mostraban más abiertos que los tories a la reforma electoral, pero sin convicción, pues la continuidad de Brown, perdedor sin atenuantes, la veía insostenible. Además, una coalición de centro-izquierda Lab-Lib Dem no alcanzaba la mayoría absoluta y tendría que incluir en las negociaciones a formaciones menores, como los nacionalistas escoceses y los unionistas del Ulster.

Clegg puso la oreja a lo que tuvieran que ofrecerles los laboristas más bien para aguijonear a Cameron, que se apresuró a plantearle una "oferta amplia, abierta y global". Como resultado, las negociaciones liberal-conservadoras para formar el primer gobierno no de un solo partido desde 1945 se desarrollaron con gran presteza.

Clegg y Cameron consensuaron un programa económico de austeridad, pensado para ahorrar más de 6.000 millones de libras en el gasto público del primer año de legislatura, e hicieron concesiones mutuas, aunque más prenda soltó el primero. El liberaldemócrata vio incorporado al plan de gobierno su propuesta de elevar a las 10.000 libras el mínimo exento de tributación del impuesto sobre la renta y aumentar la presión fiscal de las rentas de capital, pero transigió en la adopción de estrictas cuotas de inmigración no comunitaria, el mantenimiento del programa Trident y la primacía de la soberanía nacional, de acuerdo con la voluntad popular expresada en el Parlamento o en referéndum, ante el acervo jurídico de la UE.

En cuanto a la reforma política, sus reclamaciones fueron asumidas sólo en parte. En efecto, el próximo Gobierno abordaría la institución de las legislaturas fijas de cinco años, comenzando por la entrante, y cambiaría el sistema electoral, pero no en aras de la proporcionalidad parcial o total, sino para dar paso a la modalidad conocida como el voto alternativo, el cual, manteniendo los distritos uninominales, primero daría a los electores la oportunidad de votar por sus candidatos favoritos marcando un orden de preferencia y luego, en el escrutinio, a través de un sistema de eliminaciones y adición de segundas opciones, obligaría a alcanzar al menos la mitad más uno de los votos sumados para ganar el escaño. El nuevo sistema electoral, que prometía corregir ligeramente la penalización que pesaba sobre los liberaldemócratas en gran número de circunscripciones, sería sometido en su momento a referéndum nacional.

El 11 de mayo echó a andar el nuevo Ejecutivo con las inauguraciones de Cameron como primer ministro y de Clegg como viceprimer ministro y lord presidente del Consejo, en el primer nombramiento gubernamental del primero. En tanto que número dos oficial del Gabinete, Clegg tenía una responsabilidad especial en todo lo relacionado con la reforma política y constitucional. Su partido recibió además cuatro ministerios con cartera, las secretarías de Negocios, Innovación y Habilidades, Energía y Cambio Climático, Escocia y el Tesoro, que fueron respectivamente para Vince Cable, Chris Huhne, Danny Alexander y David Laws.